Si alguien pensaba que, por haberse planteado ser candidato a presidir la Federación, Iker Casillas iba a dejar de salir en los anuncios de un bufete de abogados, es probable que se equivoque. El Tribunal de Justicia de la Unión Europea decidió el 3 de marzo de 2020 sobre la abusividad de las hipotecas vinculadas al Índice de Referencia de Préstamos Hipotecarios. Como todo parecía apuntar, el tribunal europeo finalmente se inhibió, con lo que están volviendo a decidir los tribunales nacionales.
En su momento, el Supremo ya había declarado válido el IRPH. Se trata de un índice oficial, publicado y reglado por el Banco de España, relativamente fácil de entender y seguir. Las entidades se limitaron a aplicarlo como alternativa al euríbor. Ahora sabemos que ese índice se comportó peor, pero en su momento estar seguros era tan aventurado como acertar de qué lado caerá una moneda lanzada al aire.
A toro pasado es muy fácil decir que el IRPH nunca podía haber terminado igual que las cláusulas suelo. Con ellas la justicia europea dio carta de naturaleza al inmutable principio socrático del “solo sé que no se nada”, por el que se presupone que todos los consumidores firman alegremente su hipoteca sin saber a qué se comprometen. Luego basta con llamar a Iker y litigar contra la entidad para la que se hipotecaron de por vida.
Entre los periodistas habituales del sector se piensa que el tribunal europeo ha optado con el IRPH por una vía más ecléctica, en la que serán los propios afectados quienes deban demostrar que hubo mala praxis y abuso. No parece probable que las posibles indemnizaciones superen los tres mil millones de euros, muy por debajo de lo que podría haberse reclamado con una sentencia un poco más crítica hacia los bancos.
En la práctica, los posibles litigios van a demorarse mucho en el tiempo, y su posible resolución a favor de los clientes va a ser mucho más insegura de lo que era habitual con las cláusulas suelo. Se da casi por seguro que la mayor parte de los procesos se saldará con un cambio de referencia al euríbor, con un impacto prácticamente nulo para las entidades.
Cuando el tribunal europeo sentenció contra las cláusulas suelo, los dirigentes bancarios montaron en cólera y acusaron a la sociedad de criminalizarlos, como si fueran los avaros de Mary Poppins, Lázaros de Tormes, los asaltantes al tren del correo o Papá Noeles. Con sus críticas solo consiguieron polarizar más la opinión pública en su contra.
Con el IRPH han sido mucho más cautos, pero ni el Banco de España, ni los reguladores ni ningún Ministerio han salido en su defensa, ni antes ni después de la sentencia. Incluso algún bufete podría revolverse más adelante contra ese índice, o contra la estrategia de vincular clientes bancarios y freír a comisiones a quienes no lo son. En un mundo tan volátil como el actual es prácticamente imposible encontrar una práctica comercial no discriminatoria.
Ahora que volvemos a la sociedad estamental de la alta Edad Media, como tan bien ha denunciado Parásitos, la extraordinaria película coreana ganadora de cuatro Óscar, no es fácil saber desde qué ventanal miran los bancos y desde cuál lo hacen los bufetes de reclamaciones compulsivas. Solo sabemos que, en cualquier caso, a los clientes se nos manda a la caverna platónica del sótano. Claro que, si por la ley del péndulo terminamos por criminalizar a los bancos y conseguimos de un plumazo cargarnos el sistema financiero, entonces sí que acabaremos todos encerrados en el sótano durante varias generaciones. Y de ahí, con perdón, no nos saca ni Casillas.