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PaísesArgentina
Javier Milei ganó las elecciones sin partido ni equipos, sin experiencia de Estado, sin financiamiento. Le ofreció a una sociedad angustiada un programa radical de recortes y mano dura cuando detectó que, ante la persistencia de la crisis económica, el caos podía ser una opción más atractiva que lo conocido. Y si los argentinos iban a tomar una decisión temeraria, la comunicación tenía que cumplir con su deber: ayudarlos.
El éxito de Milei se asienta en su capacidad de asimilar la transformación en el discurso, la estética y la convivencia política. Su campaña, primero, y su Gobierno, después, han sabido explotar a su favor la ira social, a partir de la polarización extrema y la agresión estratégica.
Encaja como un guante en el estereotipo del “presidente-troll”, guiado por la lógica de los algoritmos que rigen las redes sociales. Convertirse en “tendencia” es cuestión de Estado para Milei. Celebra como trofeos las métricas de visualizaciones de sus tuits, sin pudor de compararse con figuras globales que lo inspiraron, como Donald Trump. Piensa en audiencias antes que en ciudadanos. Una red de influencers amplifica la narrativa oficial, ataca a los adversarios y señala traidores.
No hay armas prohibidas para llamar la atención. Qué mejor símbolo que su imagen con una motosierra encendida y la promesa de “destruir el Estado” que procura conducir. Hasta la vulgaridad puede ser un valor. Milei lo entendió bien cuando incorporó la palabra “carajo” a su grito de guerra: “¡Viva la libertad!”. Da igual exasperar a algunos si a cambio se entusiasma a otros tantos.
Sus críticos solían subrayar la debilidad institucional de su formación: “Es él, su hermana y sus cinco perros”. Con el tiempo descubrieron que la descripción sería intolerablemente injusta si no incluyeran al gurú de la comunicación Santiago Caputo. Este consultor de treinta y ocho años diseñó la campaña presidencial y ejerce hoy como virtual jefe de la Administración, pese a que en los papeles es un simple asesor.
Milei fue un diamante en bruto en sus manos. Los productores de televisión habían sido los primeros en detectar algo magnético en ese personaje capaz de combinar el análisis académico y el insulto a flor de labios; la melena revuelta y la sobriedad del traje oscuro; la moral religiosa y la furia contra lo establecido. Lo convirtieron en tertuliano a tiempo completo durante los años en que los argentinos empezaban a sentir la decadencia como un destino.
Los productores de televisión detectaron algo magnético en ese personaje. Lo convirtieron en tertuliano a tiempo completo cuando los argentinos empezaban a sentir la decadencia como un destino.
Caputo ayudó a Milei a dejar de ser una caricatura sin perder la frescura. Le aplicó método y normas del oficio que ya triunfaban en otros países de la región. El liderazgo agresivo, mesiánico y divisivo cruza América Latina como una nueva normalidad. De la experiencia de Jair Bolsonaro, en Brasil, a Gustavo Petro, en Colombia. De Nayib Bukele (El Salvador), a Andrés López Obrador (México).
El chavismo y sus aliados –como el kirchnerismo al que Milei derrotó– resaltan como inspiración lejana de estos ejercicios polarizadores. Si aquellos “pioneros” de la izquierda luchaban contra la oligarquía, el monstruo de Milei es el Estado.
La técnica ha sido perfeccionada por los “ingenieros del caos” que dominan la intermediación digital. Trabajan con la premisa de que existe una transferencia de poder de la esfera política a la tecnológica: la discusión se ha mudado de los cafés y los estudios de televisión al teléfono móvil. Las dinámicas de las plataformas apuntan a aumentar el tiempo que un usuario pasa conectado. Los mensajes inflamados triunfan sobre el debate sosegado. Si se hiere al adversario, mejor. La tolerancia y el disenso se arrumban en el rincón despreciado de lo políticamente correcto.
Milei interpreta un libreto muy probado. Se vende como el verdugo que terminará con “la casta” que condena a su país al fracaso y traza la línea que divide a los buenos de los malos. Su talento para agitar la ira atemoriza a sus adversarios: él señala a la opinión pública a quién culpar y a quién acoger en el nuevo orden.
Hace de la contradicción una virtud. En el ecosistema digital funcionan diversos mensajes para públicos diferentes y pueden forjarse mayorías a fuerza de interactuar con comunidades dispersas. Solo se requiere una segmentación inteligente.
A diferencia de otros referentes de su especie, el presidente argentino es, antes que un líder, un creyente. Un profeta de las ideas que van a convertir a Argentina “en la nación más próspera de la Tierra”. Al liberalismo que pregona le añade un componente moral que radicaliza toda discusión. En tiempos en que la gente se aleja de la política, él propone una mitología. Su ancla identitaria es un pasado de grandeza económica, así como en otras latitudes cumplen ese papel el nacionalismo, la religión, la raza.
Recurre a menudo al grito y el insulto. Se lo ve “auténtico”: si la política es teatro, él sube al escenario para hacer de sí mismo.
Por eso reniega de los artificios de la política clásica. En ocho meses de gobierno, Milei no ha dado una sola rueda de prensa. Dice que el periodismo es algo del pasado y que los medios tradicionales ya no inciden en la formación de la opinión pública. No le atrae dar discursos detrás de un atril. Si está obligado, ofrece clases magistrales de teoría económica. Disfruta, en cambio, intervenir en redes y charlar con comunicadores que lo dejan hablar sin apenas interrumpirlo.
Dice que el periodismo es del pasado y que los medios tradicionales ya no inciden en la formación de la opinión pública. Disfruta intervenir en redes y charlar con comunicadores que lo dejan hablar.
Así ha construido un liderazgo subversivo y arrollador. Enfrenta ahora un desafío que ya vivieron sus admirados Trump o Bolsonaro. La polarización extrema suele ser un arma de doble filo: exitosa para alcanzar el poder; peligrosa para ejercerlo de manera eficiente.
Nacido en la Capital Federal en 1974, se unió a la redacción de La Nación en 1997, ocupando diversos roles, entre ellos redactor en varias secciones, columnista y editor jefe de Política. Entre 2013 y 2017, fue corresponsal en España, con sede en Madrid. Desde 2018, se desempeña como secretario de Redacción, liderando las secciones de Política y Deportes, y es columnista político en LN+. Además, ha compartido su experiencia como profesor en la Universidad Torcuato Di Tella y en la Maestría de Periodismo de La Nación. Es licenciado en Periodismo por la Universidad del Salvador y cuenta con un posgrado en la Universidad de Miami. [Argentina]