Estamos entrando en una nueva fase de la historia que se ha dado en llamar la “nueva normalidad”, que supondrá una aceleración de las transformaciones en curso (digitalización, transición ecológica o hiperlocalismo), generando un fuerte impacto en el sistema de bienestar social e incrementando la sensación de incertidumbre y miedo ante el futuro.
Los filántropos pueden convertirse en un actor clave para la recuperación por cuatro razones:
En primer lugar, por el peso económico que representa la filantropía especialmente en Estados Unidos y Europa. Según datos de la OCDE, en el período 2003-2016 el volumen de las grandes fortunas personales a nivel mundial pasó de los casi 29 billones de dólares hasta los casi 64 billones de dólares, cifra cercana a la del PIB mundial. Teniendo en cuenta la envergadura de la deuda pública que están asumiendo los gobiernos, sería lógico contar con la máxima aportación de los filántropos —más allá de la fiscalidad sobre sus actividades y patrimonios— para la reconstrucción del sistema de bienestar social que se verá profundamente afectado en este periodo.
En segundo lugar, por su eficiencia en la gestión de problemas sociales. Las entidades que ejercen la filantropía han experimentado una continua profesionalización en las últimas dos décadas pasando de ser organizaciones caritativas (el distributive charity de los Rockefeller o Carnegie) a convertirse en organizaciones con una orientación a resultados de impacto social (investment philanthropy que representa Bill Gates o Amancio Ortega) e implicadas en la solución de los problemas como actores y no solo donantes. Contar con la experiencia y conocimiento de los filántropos puede ser clave para abordar la complejidad de los problemas ante la recuperación.
En tercer lugar, por su liderazgo. La nueva normalidad se inicia en un contexto de parálisis social por el miedo ante la nueva realidad. En circunstancias muy difíciles, como las actuales, las personas tienden a aceptar lo que les viene dado por defecto, con actitudes pasivas, reactivas. Los filántropos pueden ejercer un liderazgo trasladando un ejemplo de ilusión y confianza ante el futuro a la sociedad civil. Sin duda, la recuperación dependerá, en gran medida, de la actitud, motivación y proactividad del conjunto de la ciudadanía para imaginar soluciones sostenibles e innovadoras.
En cuarto lugar, por su propósito. Realmente, la filantropía existe por el deseo de las grandes fortunas de dejar un legado a la sociedad. La “nueva normalidad” representa una oportunidad para desmontar algunos de los mitos que han oscurecido “la cara amable” que tradicionalmente ha acompañado a la actividad filantrópica. Los filántropos están demostrando a lo largo de esta crisis que están comprometidos con el propósito de construir un mundo mejor. Lo hemos visto ya en la gestión de la primera etapa de esta crisis, donde muchas organizaciones filantrópicas han tomado la iniciativa en el suministro de material sanitario siendo parte activa de la solución de los problemas.
Es el momento de la verdad para la filantropía. La recuperación exigirá un cambio de mentalidad a todos los actores para superar sus diferencias y colaborar en el objetivo común de sostener el bienestar social de las próximas generaciones. Este cambio de mentalidad debería generar un mejor entendimiento de que lo privado no se opone necesariamente a lo público. Más al contrario: de profundizar en la cooperación entre lo público y lo privado.