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TemáticasAmérica latinaDemocraciaPolarización
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Desde las décadas de los setenta y los ochenta en América Latina escuchamos el término “economías a prueba de balas” para referirnos a cómo la realidad económica y el mundo empresarial —y el día a día de las personas— se adaptaba, en aquel entonces, a los vaivenes de los debates sociales y políticos en nuestra región. En paralelo, desde el mundo académico dibujamos entonces una línea, que separaba el “país real” del “país político”, para constatar la existencia de esas dos realidades paralelas y en no pocos casos, distópicas.
En la coctelera del tiempo, la tecnología y las transformaciones sociales y políticas, estos conceptos, líneas y divisiones se mezclaron para construir hoy una realidad latinoamericana que coexiste —e intenta avanzar— más entre las tensiones de la polarización y la fragmentación que en el impulso de los consensos a partir de las diferencias. Y esto, evidentemente, no es una exclusividad de América Latina sino un fenómeno mundial (o, al menos, de los estados democráticos o en los que se reivindica el estado social de derecho).
Los procesos electorales de los últimos años en la región —al menos doce solo en 2024— se han convertido en el termómetro de la manifestación de esta polarización. Algunos de los casos más visibles, como las elecciones presidenciales en Argentina, México o las municipales en Brasil ponen de manifiesto, más allá de los resultados y como ya sucedió también en Chile, Colombia o Perú, estas dinámicas de disputa entre visiones irreconciliables.
Y cuesta entender si lo que vivimos —y lo que reflejan las elecciones latinoamericanas— es una polarización derivada de una politización muchas veces inconsecuente de la sociedad o de una banalización de la política construida sobre batallones de haters, fake news o el simple todo-vale para desacreditar al otro.
Del análisis hecho por LLYC sobre la conversación social en América Latina de cuestiones sociales y políticas (aborto, feminismo, cambio climático, etcétera), solo uno de cada treinta y tres menciones en la región en 2023, confesaba una duda o reflexión sobre alguno de estos temas. Todas las demás son posicionamientos a favor o en contra, dejando claro cómo esto se traduce en posturas políticas y, a la postre, en resultados electorales. La sociedad se fragmenta en comunidades de pensamiento común y de negación de la diferencia.
Esta dinámica se traduce en la cada vez menor imposición de políticas de Estado junto a políticas públicas que duran lo que dura la continuidad o disrupción de una “visión” (continuismo o “voto castigo”) en los resultados de los procesos electorales con sociedades y economías expuestas, al descubierto, a los vaivenes de esta polarización (aunque, por supuesto, no se manifiesta con la misma intensidad en todos los países de la región).
Es cierto, y es importante no dejarlo de lado, que salvo contextos excepcionales como el caso de Venezuela, los sistemas e instituciones democráticas en América Latina han sido resistentes y resilientes para marcar, al menos, unas “reglas del juego” electoral que son validadas por todos, en mayor o menor grado. Lo que está en disputa, al menos de momento, no es la supervivencia de la democracia sino el uso que como sociedad hacemos de ella no para proponer el bien común, sino para imponer los intereses y/o la visión de una de las partes en detrimento de la otra. La polarización en América Latina es, cada vez más, como aquel hincha que disfruta más con la derrota del equipo rival que con el triunfo del propio.
Esa falta de mínimos comunes o “pactos sociales” repercute y repercutirá de manera muy honda en cuestiones esenciales para la región y el mundo como el cambio climático y las políticas ambientales. Pero también en el avance de políticas sociales y económicas que estimulen la inclusión, el respeto por la diversidad y la educación; la cooperación regional y la generación sostenible de empleo, entre muchos otros temas comunes a toda América Latina.
Por otro lado, el reflejo de esta polarización en la política no debe ni puede ser un obstáculo para estimular los avances de la región en educación, derechos sociales, emprendimiento, innovación (los llamados unicornios latinoamericanos); ciencia, creatividad y cultura.
Las empresas, así como otros muchos stakeholders sociales y económicos, jugamos un papel muy relevante en la reducción de esta polarización. La sociedad, nuestras sociedades latinoamericanas, necesitan una mejor y más comunicación responsable. No se trata de tomar partido entre el “bien” y el “mal”, sino de asumir un rol activo como agente de transformación y construcción de diálogo. Un diálogo rico, serio, coherente y constructivo que trascienda la superficialidad del greenwashing o la diversión de los memes.
No se cambia la sociedad cambiando la política, sino al contrario. Y las empresas no nos podemos dar el lujo de eximirnos de este proceso o participar solo en función de indicadores económicos.
Las empresas y otros stakeholders sociales y económicos jugamos un papel muy relevante en la reducción de la polarización. Las sociedades necesitan una comunicación más responsable.
Podemos, y debemos, proponer y estimular los espacios de conversación, el intercambio real de visiones y, sobre todo, combatir las fake news y no compactuar ni promover una comunicación que alimente a nuevos haters o posturas polarizadas. Esto incluye nuestras estrategias de comunicación, pero también de marketing, paid media, patrocinios, etcétera.
Estamos todos en el mismo barco navegando por un mar agitado y con vientos cruzados. Sentarse a mirar al cielo y esperar a que el viento sople en la dirección que nos interesa es no darse cuenta que lo crucial es que vamos en un barquito de papel. Y necesitamos una nave sólida para cruzar este océano, venga el viento de donde venga.
Es especialista en gestión de reputación y estrategias de comunicación. A lo largo de sus 15 años en la compañía ha coordinado distintos proyectos de posicionamiento estratégico en América Latina y liderado el desarrollo de las operaciones de LLYC en Brasil y en la Región Sur, que incluye Argentina y Chile. Es licenciado en Ciencias Políticas y posee una especialización en Información Internacional en la Universidad Complutense de Madrid y una maestría en Relaciones Internacionales en la Universidad de Bolonia. [Brasil]