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Introducción
Con la irrupción de la crisis sanitaria, la educación se ha enfrentado a uno de los momentos más disruptivos de la historia, que inclinará la balanza del lado del éxito o del fracaso educativo y laboral de las generaciones futuras. Según datos de organismos internacionales como UNESCO, CEPAL o la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI), se calcula que en todo el mundo se han perdido dos terceras partes del pasado curso debido a la COVID-19. Pero el problema es si cabe más acuciante en Latinoamérica y el Caribe. Allí, el 60 % del alumnado no ha pisado la escuela durante un año escolar entero. Según UNICEF, de media, las escuelas de Latinoamérica y el Caribe han estado cerradas 158 días entre marzo de 2020 y febrero de 2021, frente a la estimación de unos 95 días en el resto del mundo.
Eso hace de la región la más afectada del mundo. Es algo que se ha notado ya en el corto plazo, por ejemplo en el incremento del abandono escolar: el caso de los niños que en los primeros compases de la pandemia se desengancharon de la escuela e irremediablemente no volverán a ella. Pero el efecto a largo plazo también será dramático. La previsión es que esa pérdida de aprendizajes supondrá una caída del nivel de renta nacional en los próximos años de entre el 12 % y el 18 %. “Perder un año entero de escolaridad puede significar la diferencia entre un futuro brillante y una vida desbaratada —afirma un informe de Education for Global Development, del Banco Mundial, significativamente titulado “¿Cómo podemos evitar una tragedia?”—. Es lo que está ocurriendo con millones de niños en América Latina. Los sueños y esperanzas de una vida mejor pueden quedar aplastados para siempre, a menos que actuemos ya”. Debemos impedir que lo que será una generación más desigual sea, directamente, una generación perdida.
Por una educación inclusiva
João, de 5 años, apenas juega con los demás niños del aula: acaba de ser diagnosticado de trastorno del espectro autista nivel 2. Por su cociente intelectual, Isabella forma parte del exiguo porcentaje mundial de niños más que brillantes, a los que etiquetamos como superdotados y para los que, en muchos casos, se crean programas exclusivos de aprendizaje. Yanelis ha perdido entre 2020 y 2021 varios meses de clases por la pandemia de la COVID-19; de poco sirvió la tablet que le proporcionó la escuela para seguir las lecciones virtuales cuando en la aldea remota en la que vive la conectividad es deficitaria. Thiago es maestro vocacional, como lo fue su padre; cada día trata de inspirar y enseñar a sus alumnos, procedentes de entornos desestructurados. A él la crisis sanitaria también le ha puesto más obstáculos en el camino.
Si la integración habla de la necesidad de las personas en riesgo de exclusión de adaptarse a las circunstancias existentes, la inclusión es la capacidad del entorno para incorporar la diferencia. En consecuencia, una educación realmente inclusiva sería aquella que hace suyo el leitmotiv de la Agenda de Desarrollo Sostenible, “no dejar a nadie atrás”, y, en particular, de su Objetivo de Desarrollo Sostenible nº 4 en materia de educación: “garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad y promover oportunidades de aprendizaje durante toda la vida para todos”. Este último punto está en el centro de la acción social de la Fundación LLYC. Porque la escuela puede ser espacio de convivencia y aprendizajes, ascensor social o un espejo de aumento de las mismas desigualdades que existen fuera del aula.
En este contexto la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI) ha realizado el estudio Educación inclusiva hoy: Iberoamérica en tiempos de pandemia, que ha tenido como objetivo tomarle el pulso a la situación que vive la inclusión en la educación iberoamericana con el telón de fondo de la actual crisis sanitaria. Entre sus primeras conclusiones, el estudio destaca que en Iberoamérica el compromiso con la disminución de las brechas existe y es fuerte y decidido. Además, abarca la atención a brechas de todo tipo: en particular, son significativos los esfuerzos para visibilizar al alumnado más vulnerable y marginado, indígena, con circunstancias de vida rurales o con miras a garantizar la equidad de género. De esta forma, el inicial enfoque de necesidades educativas especiales ligado en muchas ocasiones a la discapacidad se habría transformado en un paraguas mucho más amplio, que tendría en cuenta aspectos tan variados como, por ejemplo, la incorporación tardía a la escolaridad, el estatus migratorio, la religión o los patrones de violencia.
Esa apuesta por la inclusión está íntimamente ligada a los principios de igualdad que marca la Agenda 2030, lo que supone una correlación en sus legislaciones nacionales. En este sentido, en ningún país de la región el avance en inclusividad en sus Constituciones, sus leyes generales y orgánicas de educación, reglamentos, etc. es inferior al 50 %.
No obstante, la puesta en marcha real de medidas para la eliminación de barreras en ningún caso supera el 70 %. Entre las áreas prioritarias en educación inclusiva que se han adoptado en Iberoamérica sobresalen la discapacidad, la lengua materna distinta de la predominante y la disminución de la brecha digital. La atención también se ha centrado en los últimos tiempos en derribar estereotipos, prejuicios y discriminaciones, acabar con regulaciones confusas o contradictorias y atajar otros problemas de índole didáctica, como el desconocimiento por parte del profesorado de metodologías inclusivas en el aula.
“La inclusión es la capacidad del entorno para incorporar la diferencia”
Esa apuesta por la inclusión está íntimamente ligada a los principios de igualdad que marca la Agenda 2030, lo que supone una correlación en sus legislaciones nacionales. En este sentido, en ningún país de la región el avance en inclusividad en sus Constituciones, sus leyes generales y orgánicas de educación, reglamentos, etc. es inferior al 50 %.
No obstante, la puesta en marcha real de medidas para la eliminación de barreras en ningún caso supera el 70 %. Entre las áreas prioritarias en educación inclusiva que se han adoptado en Iberoamérica sobresalen la discapacidad, la lengua materna distinta de la predominante y la disminución de la brecha digital. La atención también se ha centrado en los últimos tiempos en derribar estereotipos, prejuicios y discriminaciones, acabar con regulaciones confusas o contradictorias y atajar otros problemas de índole didáctica, como el desconocimiento por parte del profesorado de metodologías inclusivas en el aula.
“La puesta en marcha real de medidas para la eliminación de barreras en ningún caso supera el 70 %”
Las carencias digitales
Las oportunidades para todos en la región se han visto mermadas por el enorme impacto de la pandemia, así como por las desigualdades que permean desde mucho tiempo atrás a toda la sociedad iberoamericana. Por ello, a día de hoy esa apuesta por la inclusión está inevitablemente vinculada a la respuesta poscovid en la región, que ha puesto el foco en la necesidad de garantizar la continuidad de los estudios.
El aprendizaje a distancia se generalizó desde los primeros confinamientos, pero esa digitalización forzada y repentina puso de manifiesto situaciones como la carencia de recursos tecnológicos, la brecha en la conectividad, la precariedad de la vivienda y el hacinamiento familiar. También expuso la idea reduccionista de pensar que impartir clases frente a una cámara como lo hace el maestro en el aula no afectaría a la calidad de las clases.
Ligado a esto último, la pandemia ha apuntalado también la formación de los profesores en competencias digitales. También ha sido una gran oportunidad para revisar contenidos, currículos y oferta educativa, priorizar aprendizajes, readecuar los espacios escolares y asegurar su conectividad y sus recursos digitales. Existen experiencias inspiradoras en muchos países iberoamericanos. En México la incorporación de la asignatura de Lengua Materna ha permitido la producción de 180 programas de televisión en 17 lenguas indígenas. En Colombia existen numerosos campamentos para estudiantes que tratan de educar en una cultura de paz a los líderes del mañana. En España todas las Comunidades Autónomas han puesto en marcha planes de contingencia educativa que priorizan la atención a la diversidad y la presencialidad del alumnado más vulnerable. En Portugal hay 7 500 profesores de educación especial en las escuelas y el 99 % de sus alumnos con dificultades está en la escuela regular, una de las tasas más elevadas del mundo. Pero a pesar de ello, la pandemia ha dejado bien claro que prestamos poca atención a la preparación para emergencias en tiempos normales, una lección que hemos aprendido de forma dolorosa durante esta crisis.
La tarea del tercer sector
Como afirmaba el mencionado estudio del Banco Mundial, “el COVID-19 podría ser una oportunidad para transformar los sistemas educativos y desarrollar una nueva visión en donde el aprendizaje incluya a todos, en todos lados. Pero esto requiere una jerarquización de la inversión financiera en educación y una enorme voluntad política”. Con ese fin, es tarea de todos los agentes de la sociedad fomentar y apoyar los Objetivos de Desarrollo Sostenible. En este punto, el tercer sector juega un papel importante para sensibilizar y servir de motor de cambio. Resulta imprescindible que las fundaciones, ONG`s y resto de entidades alineen sus estrategias con el marco de la Agenda 2030 y midan y gestionen su contribución a los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
La educación de los más jóvenes es crucial para el desarrollo de la sociedad. Más en una región en la que, como señala UNICEF, el año pasado las escuelas apenas estuvieron plenamente abiertas seis días, frente a los 37 de media global. Pero tampoco debemos olvidar los colectivos vulnerables que se han visto afectados por la pandemia y por la brecha digital, como es el caso de las mujeres en riesgo de exclusión. Queda mucho por hacer en el camino hacia la educación inclusiva, que es el reto de todos. Pero la toma de conciencia no ha sido más que el principio de una revolución imparable que pervivirá cuando la pandemia sea solo un mal recuerdo.
Autores
Antonieta Mendoza de López