Polarización Europea: Acentos específicos de un fenómeno global

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13 Nov 2024

El termómetro de la opinión publicada antes de las elecciones al Parlamento Europeo marcaba una temperatura muy alta del votante. Se temía lo peor para las políticas del próximo quinquenio y para el proyecto de integración en su conjunto. La gran coalición popular, socialdemócrata y liberal, que ha dirigido Europa desde sus comienzos, podía no resultar suficiente. La disyuntiva entre la participación de los verdes en esta coalición y ensanchar la base de los apoyos hacia una derecha a la derecha del Partido Popular, dibujaba un escenario de suma cero difícil de gestionar.

El resultado de las elecciones fue mejor de lo esperado. El voto de protesta contra el Gobierno en algunos Estados miembros, como Francia y Alemania, fue elevado. Pero el balance de las dos grandes familias políticas europeas, gracias a las compensaciones entre países, fue bueno en el caso de los populares y neutro en el de los socialdemócratas. Las graves pérdidas de los liberales y los verdes no llegaron a reducir la suma europeísta a niveles de ingobernabilidad.

En todo caso, lo que nos interesa aquí es observar no tanto el efecto sino la causa. Dicho de otro modo, el acento específico que tienen el populismo y la polarización en la jurisdicción europea. Distinto no solo por las geografías que ocupa sino también por su condición de proyecto político en construcción, a camino entre el Estado clásico y una organización supranacional con trazas federales.

Esta condición de proyecto, de cambio de modelo de gobierno, explica algunos rasgos de la pulsión populista en el entorno europeo y de su manifestación social en forma de polarización.

En primer lugar, la dilución del Estado nacional en un proyecto político integrador genera anticuerpos que no han sido bien gestionados por los líderes nacionales. La incapacidad de respuesta del Estado-nación a los retos de la globalización explica en gran medida las ventajas de un modelo supranacional. Pero los mismos que participan y se benefician del proceso atribuyen con frecuencia a Europa las decisiones de las que no quieren corresponsabilizarse. Europa como chivo expiatorio genera una polarización antieuropea, sobre todo en aquellos países que recuperaron recientemente su autonomía política en el centro y este de Europa, tras la caída del Imperio soviético.
 

La dilución del Estado nacional en un proyecto político integrador genera anticuerpos que no han sido bien gestionados por los líderes nacionales.

 
Una polarización de la que son también responsables las instituciones europeas. En especial la Comisión y el Parlamento, que con frecuencia parecen ajenas a los debates nacionales que preocupan a la ciudadanía o legislan sin atender a las distintas sensibilidades de los diferentes grupos y países. Es natural, además, que la necesaria homogeneidad de la normativGa no incluya a todos por igual.

A ese trazo grueso de Europa si, Europa no, se suma un debate que tiene mucho que ver con la falta de presencia de lo europeo en los debates nacionales. No existe una opinión pública europea como tal, pues las discusiones más candentes parecen girar sobre lo nacional o lo local, prescindiendo de su encaje global. De esta forma, el trato indiferente que la mayor parte de los medios y los responsables políticos dispensan al tema europeo produce con frecuencia una sensación de banalidad entre la población. Mucho ruido y pocas nueces, piensan algunos cuando ven los aquelarres en Bruselas y esa coreografía poco afortunada de los Consejos Europeos.

Este fenómeno lo pudimos verificar en LLYC al observar la conversación en las redes sociales previa a las últimas elecciones al Parlamento Europeo. En nuestro estudio comprobamos cómo los grupos más activamente contrarios al proceso de integración eran los que generaban la conversación más ruidosa, que se imponía con matices específicos en los temas que preocupan a los ciudadanos. Nacionalistas de uno y otro signo protagonizan la conversación en las zonas de cólera. Y cuando llegan las elecciones aparece magnificado el voto de protesta ante la supuesta irrelevancia del objeto electoral. Una consecuencia directa de la falta de atención al nivel europeo de representación democrática.

Algo más delicada es la consideración de la Unión Europea como una capa de valores impuestos a las idiosincrasias nacionales. Aquí la dificultad es estructural. Si de lo que hablamos es de una comunidad de valores compartidos, el equilibrio entre lo propio y lo común es un bien jurídico a proteger. Ampliar en exceso lo que tenemos en común puede producir rechazo. Reducirlo a un mínimo común denominador vacía el proyecto de contenido. Aunque el Tratado y la jurisprudencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea definen nuestras señas de identidad comunes, la traducción práctica de este marco de referencia es más complicada.

En suma, la nostalgia de una soberanía perdida, la presunta arrogancia de las instituciones europeas, la falta de atención al proceso político europeo y la rebeldía frente a valores compartidos/ impuestos serían entre otras las coordenadas que definen un terreno específico de polarización.
 

El proceso político europeo se trata como si fuera marginal, cuando en realidad es el que determina de manera más decisiva el futuro de los ciudadanos del continente.

 
Desde esta perspectiva, más estructural que de coyuntura, se pueden entender algunas diferencias entre el voto europeo y el nacional. Las causas profundas de la polarización, de las que con acierto se ocupa el trabajo de Miguel Lucas en el que se basan algunos artículos de esta revista, son las mismas. Pero su reflejo en el comportamiento del votante tiene matices que he intentado resumir en sus rasgos más generales.

Hay otros factores que también intervienen en el comportamiento del elector y que diferencian la actitud del mismo votante en una elección nacional con respecto a la europea.

De todos ellos, sin embargo destacaría, uno que nos convoca a la sociedad en su conjunto. Se trata de la inconsistencia de los líderes, partidos, medios de comunicación, agentes sociales y ciudadanos a la hora de abordar el proceso político europeo. Un proceso que se trata como si fuera marginal, cuando en realidad es el que determina de manera más decisiva el futuro de los ciudadanos europeos.

(1)Informe de LLYC: Análisis de la conversación social – Unión Europea

Pablo García-Berdoy
Pablo García-Berdoy
Europe Public Affairs Lead de LLYC

Experto en el ámbito político, institucional y regulatorio europeo. Diplomático desde 1987, ha desarrollado gran parte de su carrera en el ámbito europeo. Ha sido Director General de Política Exterior para Europa (2002-04), Embajador de España en Rumanía y Moldavia (2005-09), Embajador en Alemania (2012-16) y Embajador Representante Permanente ante la Unión Europea (2016-21). Desde 2022 es Principal Advisor de European Affairs en LLYC. [España]