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PaísesEspaña
El Informe sobre Riesgos Globales del Foro Económico Mundial de este año identificaba la polarización de la sociedad como el tercer mayor riesgo mundial a corto plazo. La polarización de la sociedad hace referencia al conjunto de divisiones ideológicas y culturales que conducen a un declive de la estabilidad social, a continuos bloqueos en la toma de decisiones públicas, a perturbaciones económicas y a una creciente polarización política. La polarización también está íntimamente relacionada con otros riesgos sociales como la desinformación, la violencia dentro de los Estados o la erosión de los derechos humanos. Además, las sociedades divididas se encuentran peor equipadas para afrontar otros retos globales como la transición ecológica, las transformaciones económicas, demográficas o digitales, o la difusión de enfermedades infecciosas, como tuvimos la oportunidad de comprobar durante la pandemia de COVID-19.
La polarización de la sociedad es el resultado de dos procesos sociales interrelacionados pero diferentes. El primero, que parte de la esfera de la política, consiste en un proceso de división y radicalización de las élites políticas y sus votantes. Desde comienzos de este siglo no han dejado de crecer en España las diferencias ideológicas de las personas que se identifican con distintos partidos políticos. Hoy día, según el reciente estudio NORPOL del Instituto de Políticas y Bienes Públicos del CSIC, los temas que más dividen a los españoles son las medidas para la igualdad de género y el sentimiento nacional. A esto se añade que las cuestiones políticas que generan un mayor acuerdo entre las personas que se identifican con partidos de izquierda y de derecha son muy distintas. En la izquierda existe un alto grado de acuerdo sobre cuestiones como el derecho de las parejas homosexuales a la adopción, el aborto libre o la regulación del precio del alquiler de viviendas. En la derecha hay mayor acuerdo en el sentimiento de orgullo nacional español o en la necesidad de que los inmigrantes se integren en nuestra cultura. Estos posicionamientos políticos se asientan sobre una evolución diferencial de los valores que también se ha dado en otras sociedades. Según los estudios del Centro de Investigaciones Sociológicas, en los últimos quince años se ha abierto una brecha importante entre los sentimientos religiosos o los valores económicos y sociales de los ciudadanos de ideologías distintas.
Las sociedades divididas están peor equipadas para afrontar otros retos globales como la transición ecológica o las transformaciones económicas, demográficas o digitales.
El segundo proceso, que parte de la propia esfera social, se refiere a la creciente fragmentación en diferentes comunidades ideológicas y grupos sociales. En las dos últimas décadas se ha incrementado la diferenciación social, demográfica y geográfica de los votantes de los diversos partidos. En nuestro día a día vivimos en burbujas rodeados de personas que son y piensan como nosotros. La división entre personas y grupos con distinta afinidad partidista trasciende lo ideológico o emocional y alcanza cuestiones como los gustos, los estilos de vida y los lugares de residencia. Tanto en España, como en el resto de los países de nuestro entorno, el estilo de vida urbano, la alimentación ecológica o ir en bicicleta se asocian al progresismo, mientras que actividades tradicionales como la caza o la vida en los nuevos barrios en la periferia de las grandes ciudades se asocian a la ideología conservadora. La mayor diferenciación ideológica y la creciente homogeneización de nuestros entornos vitales hacen que hayan aumentado los sentimientos de rechazo hacia los que no piensan o viven como nosotros. Por ejemplo, mientras que las personas de ideología progresista muestran un fuerte rechazo hacia las personas que niegan el cambio climático, el feminismo se ha convertido en una fuente de sentimientos negativos para las personas de tendencia conservadora.
Como vemos, la polarización de la sociedad va mucho más allá de la polarización política. El principal riesgo al que nos enfrentamos es que podría existir un punto de inflexión en la división social a partir del cual la activación de intereses compartidos no consiga unir a los diferentes grupos que componen la sociedad, incluso en presencia de una amenaza común. Esto tendría consecuencias devastadoras para el desarrollo de las políticas destinadas a combatir el cambio climático o las actitudes frente a las migraciones internacionales. El problema en la mayoría de las sociedades democráticas actuales es que la combinación de la polarización política y la fragmentación social refuerza el riesgo de descomposición y colapso de las sociedades democráticas tal y como las conocemos. Pero incluso en ausencia de este colapso, los efectos colaterales de la polarización política y social sobre nuestra vida cotidiana son importantes. Las identidades políticas extremas afectan a nuestra vida profesional (a quiénes elegimos como compañeros de equipo) y personal (con quién nos relacionamos fuera de la oficina) en nuestro entorno laboral. Además, la falta de diversidad ideológica supone una amenaza para el bienestar y la productividad de los trabajadores y daña los procesos de toma de decisión en las empresas.
El principal riesgo es que podría existir un punto de inflexión en la división social a partir del cual la activación de intereses compartidos no consiga unir a los diferentes grupos.
A pesar de su popularidad, la idea de la polarización está en disputa tanto a nivel político como social. Se ha empleado el concepto de polarización asimétrica para hacer referencia al hecho de que las actitudes divisivas y la crispación son producidas solo por una parte del espectro político, por ejemplo, la derecha. Más allá de la veracidad de esta interpretación, la misma ignora la complejidad del problema, que no debe ser reducido a una simple cuestión de confrontación o incluso teatralización política. La polarización que más debería preocuparnos no es la que se observa en la esfera política, donde puede ser incluso saludable, sino la que se filtra a todos los ámbitos de la sociedad, quebrando los espacios de convivencia y creando comunidades fragmentadas en sus creencias, valores y estilos de vida.
Doctor en Sociología, ha trabajado en instituciones como la Universidad del País Vasco, la Universidad de Oxford y la Sociedad Max Planck, y ha sido investigador visitante en varias universidades internacionales. Referente en metodología experimental en Sociología, ha investigado la relación entre la situación laboral y económica con las preferencias y valores de las personas, con numerosas publicaciones destacadas. Ha ejercido roles como asesor en la Oficina de Prospectiva y Estrategia del Gabinete de la Presidencia, así como director del gabinete de la presidencia en el CSIC. [España]