Twitter es trending topic estos días. La propia red es uno de los temas más comentados dentro de sí misma, y no es para menos ante el punto de inflexión que parece avecinarse sobre ella. La semana pasada se confirmaba la compra de Twitter por parte de Elon Musk y, si estamos ante la red de la discusión, el debate y la polarización por excelencia, el desembarco en la propiedad por parte del hombre más rico del mundo aseguraba la controversia.
Twitter es trending topic estos días. La propia red es uno de los temas más comentados dentro de sí misma, y no es para menos ante el punto de inflexión que parece avecinarse sobre ella.
La semana pasada se confirmaba la compra de la compañía por parte de Elon Musk y, si estamos ante la red de la discusión, el debate y la polarización por excelencia, el desembarco en la propiedad por parte del hombre más rico del mundo aseguraba la controversia.
Dejando a un lado las reacciones sobreactuadas, tanto de los que dicen que van a abandonar la red por la llegada del magnate (¿serán los mismos que iban a dejar WhatsApp con la llegada de Zuckerberg?) como las de los lacayos que se apresuran a endiosarlo antes de que haya hecho nada, lo más interesante de todo el affaire que estamos viviendo es, sin duda, la reflexión que se abre sobre su naturaleza y su futuro.
Me parece innegable que la red lleva tiempo necesitando que le den, digámoslo de forma llana, “un meneo”. Pero uno de verdad. Twitter es una de las plataformas más influyentes y con mayor potencial (la preferida por políticos y periodistas, sin ir más lejos) y, sin embargo, siempre ha sido una de las que ha presentado mayores dudas a nivel de negocio. Basta con ver sus últimos resultados o comparar su trastabillada trayectoria en bolsa con la de las big tech.
Si tuviéramos que ubicar a Twitter por su funcionalidad, seguro que muchos de nosotros la definiríamos como “la red de la conversación”, atendiendo a su formato y a su inmediatez.
Sin embargo, creo que estaremos de acuerdo en que es una de las plataformas sociales en la que, por desgracia, encontramos una mayor falta de educación, de empatía y de confianza, tres condiciones indispensables para el intercambio de ideas.
En el último año la red de microblogging ha sido extremadamente activa en el lanzamiento de nuevas funcionalidades, como los Super Follows, los Espacios, las Comunidades, los fallidos Fleets o las pruebas con una versión de pago, Twitter Blue, sin que ninguna de ellas logre darle un cambio de rumbo sustancial. Por varios motivos no consigue generar un entorno, digamos, “amable”, para el diálogo entre usuarios (precisamente el que debiera ser su punto fuerte frente a otras redes) y es ahí donde encontramos la raíz de sus males. En Twitter se han preocupado más en ofrecer nuevas cosas que hacer en su red antes que en cuidar que aquello para lo que estuvo siempre diseñada y donde tiene su valor diferencial, la conversación, se pudiera llevar a cabo de manera óptima.
Sobran muchas cuentas, desde los bots a los perfiles anónimos que se profesionalizan como mamporreros sectarios de toda índole. Sin embargo, en Twitter siempre han sido tibios y poco eficaces a la hora de meterle mano a este problema, seguramente pensando que el volumen de usuarios era su principal activo y dejando en un segundo plano la calidad de los mismos. Las medidas siguen pasando por la aplicación de unos sistemas de reporte y denuncia que a menudo son utilizadas por los propios trolls y más de una vez han provocado el cierre arbitrario de cuentas de personas reales mientras ejércitos de perfiles no identificados y de espurios intereses siguen campando a sus anchas.
Es posible que la mejor vía para tener más usuarios en el futuro sea tener menos en el presente, y esa es una de las líneas de actuación en las que más ha incidido Elon Musk, la de cargarse los bots y verificar a todos los humanos (“o morir en el intento”, tuiteó). Todavía tenemos pocas certezas sobre qué esperar de esta nueva etapa, más allá de esa declaración de intenciones, junto con la de crear algoritmos de código abierto o la más abstracta, ambiciosa y a la vez pretenciosa y que ha copado más titulares: “Defender la libertad de expresión”. Lo cierto es que estos planes no suenan mal sobre el papel (o sobre el tuit, en este caso), pero como se suele decir, el diablo está en los detalles, por lo que está por ver cómo se materializan estas ideas.
Es complicado digerir que un empresario multimillonario se presente como un salvador, y desde luego el escepticismo ante sus buenas intenciones es bastante comprensible. Lo sabía Bruce Wayne y por eso se escondió tras la máscara de Batman. Elon Musk viene con la cara descubierta, y tendrá que cargar con esa losa para sacar sus planes adelante.
En El Caballero Oscuro, la mejor película de la prolífica filmografía de Batman, hay una cita memorable que dice algo así como “es el héroe que Gotham se merece, pero no el que necesita ahora”. En este caso seguramente Musk no sea el héroe que Twitter se merece, pero quizá es el que necesita en este momento en el que pedía a gritos un cambio de timón.
Veremos si acaba reconocido como tal o si termina convertido en villano. Seguiremos atentos a la película. Quizá el pajarito se vuelva murciélago.