Con demasiada frecuencia se tiende a pensar que los líderes políticos “de antes” eran mejores que lo “de ahora”. Mejor formados y con mayores capacidades para el liderazgo. El problema, sin embargo, más allá del genérico efecto psicológico consistente en que “cualquier tiempo pasado fue mejor”, simplemente por la lejanía, radica no tanto en el cambio en los líderes sino en la modificación producida en el liderazgo como consecuencia de los cambios experimentados en la sociedad.
Vivimos en la “sociedad zapping”. Una manera de entender las relaciones humanas muy determinada por el efecto extendido de las nuevas técnicas mediáticas, que se sintetizan en el mando a distancia del televisor, el twitter o la “navegación” por Internet: casi nada capta nuestra atención más de unos segundos y debe poder explicarse en 140 caracteres. Esas son las nuevas reglas de la comunicación que, llevadas a la política, obligan a frases cortas, apenas un titular, que tiene que ser capaz de llamar la atención en medio de tanta información como la que tenemos disponible a golpe de “ratón”.
Antes, los problemas sociales complejos se podían explicar de forma sencilla pero sin ocultar su dificultad. Ahora, lo que parece interesar es recubrir lo complejo de superficialidad, siguiendo esa máxima posmoderna de que “nada más profundo que la piel”. En esa sociedad, que es la nuestra (la civilización del espectáculo la ha definido Vargas Llosa), la liviandad se instala como patrón preferido de conducta. Incluso para los líderes políticos que deben presentarse como “personas normales, de la calle”, sin aristas, es decir, preparados para ganar las elecciones en una sociedad zapping. Lo grave es cuando las condiciones que se requieren para ganar las elecciones, son incompatibles con las necesarias para gobernar luego sobre problemas complejos. Entonces es cuando el liderazgo se resiente y los ciudadanos con él.
Artículo de Jordi Sevilla